Transfiguración de Jesús
Por: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.
Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.
Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo".
El Señor llevó consigo a los tres apóstoles que más le demostraban su amor y su fidelidad. Pedro que era el que más trabajaba por Jesús; Juan, el que tenía el alma más pura y más sin pecado; Santiago, el más atrevido y arriesgado en declararse amigo del Señor, y que sería el primer apóstol en derramar su sangre por nuestra religión. Jesús no invitó a todos los apóstoles, por no llevar a Judas, que no se merecía esta visión. Los que viven en pecado no reciben muchos favores que Dios concede a los que le permanecen fieles.
Se celebra un momento muy especial de la vida de Jesús: cuando mostró su gloria a tres de sus apóstoles. Nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.
Un poco de historia
Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar.
Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo.
Jesús invitó a su Transfiguración a Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.
Ésta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.
Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.
Los personajes que hablaban con Jesús eran Moisés y Elías. Moisés fue el que recibió la Ley de Dios en el Sinaí para el pueblo de Israel. Representa a la Ley. Elías, por su parte, es el padre de los profetas. Moisés y Elías son, por tanto, los representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, que vienen a dar testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.
Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.
Seis días antes del día de la Transfiguración, Jesús les había hablado acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, pero ellos no habían entendido a qué se refería. Les había dicho, también, que algunos de los apóstoles verían la gloria de Dios antes de morir.
Pedro, Santiago y Juan experimentaron lo que es el Cielo. Después de ellos, Dios ha escogido a otros santos para que compartieran esta experiencia antes de morir: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Santa Teresita del Niño Jesús y San Pablo, entre otros. Todos ellos gozaron de gracias especiales que Dios quiso darles y su testimonio nos sirve para proporcionarnos una pequeña idea de lo maravilloso que es el Cielo.
Santa Teresita explicaba que es sentirse “como un pajarillo que contempla la luz del Sol, sin que su luz lo lastime.”
¿Qué nos enseña este acontecimiento?
Un lector de mis artículos sobre la cruz me plantea una dificultad en estos términos: «No entiendo, lo que significa que Jesucristo venció a Satanás en la cruz cuando murió en ella por todos nosotros para salvarnos. si el maligno ha sido vencido en la cruz y todos hemos sido redimidos por la sangre del Cordero, ¿por qué siguen existiendo el mal y el pecado?»
La pregunta no es algo menor, sino que toca a la base misma de la fe, al realismo de la fe. Por supuesto que podría argumentarse que formular que Cristo venció al Demonio, al Pecado y a la Muerte en la cruz es «una manera de decir», algo así como una metáfora, quizás un símbolo. Las palabras «metáfora» y «símbolo» son tremendamente problemáticas en un mundo hecho fundamentalmente de prosa y de observaciones concretas; la metáfora y el símbolo pertenecen a modos de mirar el mundo que no son los cotidianos nuestros. En todo caso, leyendo el Nuevo Testamento, no parece que se tomen estas expresiones a la ligera, más bien para los primeros cristianos, la noción de que Cristo había ya vencido al Demonio, vencido al Mundo, vencido a la Muerte, era toda una experiencia concreta, personal, vivida en la persona de cada creyente. la expresión, aunque siempre dicha en la forma simbólico-poética con la que habla el espíritu de las cosas espirituales, está sin embargo cargada de realismo. Que Cristo venció en la cruz al Demonio no es para el Nuevo Testamento una afirmación que deba entenderse «poco más o menos así», sino algo que hay que recibir y aceptar de manera completamente real.
Puedes leer el capítulo entero aquí (abre en una nueva ventana)
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”.
Estas palabras del libro del Levítico suponen una de las invitaciones más poderosas que podemos encontrar en la Biblia. Han sido grabadas aquí para tener la mayor resonancia posible. Dios no le pide a Moisés que las transmita a unos pocos elegidos, sino a toda la comunidad de Israel.
Pero ¿de qué se trata esta santidad? En primer lugar, constatamos que el versículo 2 habla de ser santo no “como” Dios es santo, sino “porque” Dios es santo. La santidad no es cuestión de intentar ser como Dios. Dios es distinto a nosotros.
En las Escrituras hebreas, la santidad puede adquirir matices diversos. En ocasiones el pueblo de Dios es llamado o considerado santo simplemente porque Dios lo ha escogido. Si Dios guía a sus fieles y hace de ellos su pueblo, ellos comparten el ser de Dios: son santos. En este sentido, la santidad sugiere también un cambio de dirección u orientación. Consiste en dejarse conducir junto con otros por Dios y en adentrarse con él por un camino nuevo y todavía desconocido.
La Iglesia nos ofrece, desde los tiempos apostólicos, algunos medios penitenciales con los que poder acompañar al Señor en su Pasión, y llegar, junto con él al mayor gozo de la resurreción, que sea posible mientras caminamos aun en este mundo.
Explica el Papa en la catequesis de hoy mismo: "Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos salvados de la esclavitud del pecado. [...] Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y nuestra participación en su amor. [...] Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas."
Objeciones a los medios penitenciales
Las lecturas litúrgicas, sin embargo, parecen hablar de otra cosa: Is 58,1-12, en el Oficio de lecturas: el ayuno que yo quiero, abrir las prisiones, hospedar a los sin techo...; Jl 2,12-18, en la misa: rasgad los corazones, no las vestiduras; y aun entre viernes y sábado se volverá a leer la de Is 58 en misa... ¡que quede bien claro que el ayuno no es de apariencias, sino del corazón!
Junto con las lecturas de la misa, nos vemos invadidos en internet por mensajes de muchos cristianos que nos recuerdan que el ayuno no debe ser algo exterior. La frase del Crisóstomo sobre el ayuno de cotilleos; listas -provenientes real o atribuidas, de Francisco- de "buenas ondas" que mejoran la penitencia tradicional, etc.